Nunca se lo conté a nadie hasta que un día, en una conversación cualquiera, una chica comentó que las personas que se suicidaban sólo querían llamar la atención.
Mi respuesta, que ahora ni la recuerdo, despertó las sospechas de una amiga del grupo. Cuando ésta me lo preguntó en privado me derrumbé y se lo conté. Habían pasado ocho años. Conseguí explicárselo también a otra persona muy cercana, y eso me ayudó, aunque se trataba de un “error”, para mí irreparable. Perdonar a otras personas que sé que se equivocan es muy sencillo, pero perdonarme a mí misma, eso sí es complicado. La autoexigencia y la autocrítica son enormes, y sigo trabajando a diario con ello porque sé que yo también me merezco mi compasión, por mucho que me cuesta dármela.
Ya de adulta empecé una terapia psicológica y descubrí la enorme cantidad de emociones que podemos experimentar; por fin aprendí a identificarlas. Hasta entonces había vivido reprimiendo mi personalidad y lo que me gustaba o me hacía feliz para cuidar de mi hermano (…)
Fragmento de uno de los relatos del libro: “La niña amarilla, relatos suicidas desde el amor”. María de Quesada. Editorial Vergara.
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